Una cena para García Lorca como la del 1935

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La cena de 1935 y la mesa de 2015 |
» Aquí recibió un gran reconocimiento como poeta y nombres como Xirgu, Dalí y Gasch marcaron su vida», recordaba Laura señalando que su tío se sentía «un catalán aficionado». Para iniciar la cena leyó el hermoso texto que Lorca dedicó a las floristas de la Rambla, «la calle donde viven unidas las cuatro estaciones del año». Ellas le llenaban de rosas el teatro Principal y él las invitó a ver la obra. Una obra que es una tan bella como trágica reflexión sobre el tiempo y que el año pasado recuperó el Teatre Nacional de Catalunya con un excelente montaje de Joan Ollé.
«En el tiempo que nos ocupa, Lorca vivió intensamente y se implicó en la vida cultural de la ciudad», explicaba el periodista Víctor Fernández, promotor del homenaje. «Me puse en contacto con una institución pública para celebrar la fecha pero ante el silencio se lo propuse al Majestic y todo fueron facilidades», comentaba mientras mostraba unas piezas maravillosas, en gran parte cedidas por la Fundación Palau i Fabre como la fotografía firmada de la Xirgu o el Romancero Gitano que Lorca dedicó al escritor catalán. Palau i Fabre entrevistó al poeta granadino en aquellos días de 1935 y quedó fascinado: «Era un hombre de genio, podía ver y hacer ver a los demás leones en las esquinas», escribe. Magnífico es el esbozo inédito del cartel de Grau Sala para Doña Rosita la Soltera y una fotografía del poeta, hecha en Argentina en 1934 que pertenece a Fernández.
Nandu Jubany preparó platos extraídos del archivo histórico del hotel como los calamares rellenos de calabacín, un postre con membrillo (fruto de otoño que sustituye el melocotón melba que aparece en los menús), una pularda rellena de pan de payés untado con trufa, los huevos pouché que se hacían en el época con setas, una langosta suavísima y un platillo de judías del ganxet con cansalada.
Quim Vila los regó con vinos del priorato, un fino en rama de jerez delicado y un gran reserva Codorníu (que gustaba mucho a la época) y el director del hotel sorprendió a todos con un Armagnac de 1935 que aún conservaba su potencia. La larga mesa contenía cubertería de plata, cristalería fina, candelabros, grandes ramos de flores como en aquella cena del 35, y algunas granadas. Como no.
«A mi tío le gustaba mucho la fruta, las cosas dulces, y el café solo con un chorrito de ron», explicaba Laura, de elegante negro lorquiano animado con unos pendientes marroquíes de oro. Vive entre Madrid y Granada y es la guardiana del legado de su tío desde que en 1995 su tía le pidió que dirigiera la casa natal de la Huerta de San Vicente granadina. «Estaba horrorizada pero lo tenía que hacer y con el tiempo lo tan duro se ha girado y ha supuesto una gran fuente de satisfacciones ver el reconocimiento y el afecto que genera su obra y persona en todo el mundo».
Laura, hija del hermano mayor de Lorca y de la hija de Fernando de los Ríos, nació en el exilio familiar en Nueva York. Recuerda que a principios de los 60 sus padres visitaron la Huerta y que ella, que tenía 6 o 7 años se sorprendió mucho de ver cómo alguien podía estar tan triste ante un lugar tan florido y maravilloso como aquel. Fue en el 1967, cuando Lorca ya era universal, cuando sus padres regresaron del exilio. «Entonces oí la primera discusión entre mi madre y mi abuela materna que le decía que no lo hicieran que sería muy difícil para mi padre y para mí, que tenía 13 años, y era la menor de las hermanas». Y, ciertamente, no le fue fácil pasar del oxígeno de Nueva York a un Madrid todavía cerrado y gris. Ahora dirige la Fundación, que ha vivido una importante crisis recientemente relacionada con la apertura del centro Federico García Lorca de Granada. Pero esa noche solo tocaba hablar de poesía.
Fotos Ferran Nadeu/ Marijo Jordan
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