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Que la siempre escotadísima Jennifer López y una Cameron Diaz con brazos musculosos y un Gucci tan ajustado como el Zuhair Muhrad de su colega fueran las encargadas de entregar el Oscar al mejor vestuario parecía un chiste. Sobre todo porque los guionistas les hicieron leer una cita de la mítica Edith Head que decía que una actriz debe ir lo suficientemente ajustada para parecer una mujer y lo bastante amplia para dejar claro que es una señora. La diseñadora logró ocho estatuillas por películas como La ventana indiscreta, y precisamente, detrás de las presentadoras podíamos ver un esbozo de un New Look maravilloso que lucía Grace Kelly en el filme.
No, evidentemente ni Diaz ni Lopez (que asegura que lleva dentro todavía la niña del Bronx que fue y nos lo creemos) tienen nada que ver con la actriz fetiche de Hitchcock, que hace 30 años que murió. Fue toda una sorpresa la aparición de su hijo y de su esposa, Charlene Wittstock, la ex nadadora de grandes hombros que siempre se esfuerza en parecerse a su suegra, aunque la partida de la elegancia de una noche en que el blanco fue el color triunfante, la ganó Gwyneth Paltrow en un Tom Ford que impresionaba por su sencillez.
En el ambiente general se notaban ganas de rendir homenaje al glamour clásico de Hollywood (la pedrería de Elie Saab de Bérénice Bejo y de Milla Jovovich son un buen ejemplo) en una edición en la que los filmes premiados también lo hacían. Es una manera fina de decir que no había riesgo y que incluso actrices que siempre nos sorprenden, como Michelle Williams (ha ido a los Bafta de H&M y los Spirit con elegantes shorts) optó por un bonito diseño de Louis Vuitton de aires retro y rojo tan intenso como el del Valli con lazada de Emma Stone, que debe estar deprimida porque todo el mundo lo comparaba al Balenciaga de Kidman de 2007.
Faltaban las vanguardistas Cate Blanchett y Tilda Swinton pero a cambio un nuevo rostro en la alfombra, el de Rooney Mara, sorprendió con un Givenchy muy del siglo XXI y un flequillo que se acababa de ver en la pasarela de Versace de Milán. Precisamente es una firma que Angelina Jolie ha ayudado a revitalizar una vez más (aunque en la gala posaba mostrando una pierna de manera forzadísima, casi ortopédica) con un vestido de corte un punto New Look. Como el Armani Privé exclusivo de una Penélope Cruz que incluso en el peinado iba retro, superada ya la fase sexy y cañera que vivió el año pasado con aquel diseño de L’Wren Scott rojo demoníaco.
Natalie Portman las ganó a las dos con un auténtico Dior de 1954: es la manera que ha encontrado de reconciliarse con la marca que promociona después de haber renegado de ella por los insultos racistas de Galliano. Muy en su estilo, porque si algo queda claro es que cada vez más las estrellas, con estilistas o sin ellas, optan por ser fieles a sí mismas. Incluso Viola Davis apareció irreconocible con el pelo muy corto, y feliz después de haber pasado la luna de miel en la casa del lago Como de George Clooney. El actor llevaba la estatuilla adosada: el Marchesa de Stacy Kleiber era tan dorado como el Lanvin de Meryl Streep.
¿ Astracanadas? La de Sacha Baron Cohen, que llegó vestido de dictador y con las supuestas cenizas de Kim Jong il en una urna. En cambio, Fernando Trueba lució el mismo traje que hace 14 años con Belle Époque y Mariscal, un esmoquin de Josep Abril («muy moderno con pantalón estrecho», nos cuenta el diseñador catalán), una pajarita vintage i unas gafas de Ron Arad.
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