Fashion

La estética del poder (2012)


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Con una buena imagen se puede vender una mala idea, pero con una mala imagen es imposible vender una buena idea. ¿Creen los políticos en esta premisa? ¿Les importa la apariencia?
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El 9 de septiembre del año pasado Angela Merkel se presentó en el Bundestag con un bolso talla XL de la firma francesa Longchamp de un llamativo color naranja y los comentarios se desataron. Nadie recuerda que se habló ese día pero la foto de la canciller con un toque chic fue objeto de críticas por el gasto, de disquisiciones sobre el significado del tono elegido e incluso de un análisis psicológico por parte del Bild Zeitung . El diario decía que las mujeres que se sienten atraídas por complementos tan llamativos son comunicativas, alegres, con ambición, éxito y aficionadas a las grandes compras. Nos cuesta imaginar la poderosa alemana yendo de tiendas como Sarah Jessica Parker, pero la anécdota ejemplifica la importancia de un sencillo detalle de vestuario. Elena Salgado, por ejemplo, tuvo que aguantar bromas sobre si era el faro que conduciría la economía a buen puerto por haberse puesto un traje de chaqueta con el estampado de uno bien visible. La ex ministra de Sanidad Leire Pajín cometió una equivocación peor: colocarse las pulseras Power Balance poco antes de que el ministerio las prohibiera por fraudulentas.

Y es que un político, como cualquier humano, no habla sólo con palabras. Lo que viste ayuda a definir la imagen que proyecta, y esto se puede traducir en votos. «Con una buena imagen se puede vender una mala idea, pero con una mala imagen es imposible vender una buena idea», dice la periodista y asesora de comunicación Patrycia Centeno, que ha publicado Política y moda (Península), sobre la importancia de la ropa en la comunicación política. El punto de partida del binomio poder y apariencia lo encontramos en el primer debate televisado entre Kennedy y Nixon en 1960, en el que el joven y guapo aspirante noqueó al veterano a quien no le importaba nada como quedaba ante la cámara. A pesar de que ha llovido mucho desde entonces, todavía hay políticos que no valoran suficientemente la importancia del estilismo.

Centeno ha constatado que hay menos complejos con el traje en América (a Barack Obama le da un diez redondo: el sastre de la Casa Blanca nunca falla) que en Europa, y destaca que Mariano Rajoy no da buena imagen porque lleva los trajes sin gracia, de telas mediocres y que a veces le van grandes. Cuando Zapatero comenzó su carrera por la presidencia tampoco vestía como un pincel. Con el tiempo, le hicieron la ropa a medida, aunque nunca dio imagen de sentirse cómodo del todo. En cambio cuando lo vemos vestido informal paseando por París con su mujer y con bolsas de Zara se le ve muy natural. Liberarse del mandato le ha servido de revulsivo tanto como a José María Aznar, que olvidó la rigidez de tecnócrata, se afeitó el bigote y se dejó crecer el pelo. Centeno cree que salió su personalidad, pero, ¿no sería todo fruto de su propia evolución vital?¡Navegar con Flavio Briattore no puede dejar indiferente a nadie!

Para la autora, Josep Antoni Duran Lleida es el paradigma del bien vestir político, incluso a nivel estatal: impoluto, elegante, sabe combinar corbatas con gafas… Las gafas (que también lleva otro hombre de traje de corte impecable y corbatas elegidas a su propio gusto, Artur Mas), dan el punto intelectual al estilismo, siempre discreto y de calidad. Es lo que se espera de un líder conservador. Porque a pesar de la uniformidad en el vestir, que tiende a homologarse a pesar del partido sea de izquierdas o de derechas, no podemos olvidar que a la hora de elegir qué ponerse la coherencia con lo que se predica es esencial. Es más lógico que un líder de izquierdas no lleve corbata o que la Pasionaria vistiera de negro (austera, como la clase trabajadora) que pillar el líder de CCOO, Ignacio Fernández Toxo, en un acto sindical con una bufanda carísima de Burberry.

También resulta chocante que María Dolores de Cospedal se coloque un pañuelo palestino en un acto político por mucha tendencia que sea. La moda debe saber adaptarse y en este terreno las mujeres políticas lo tienen más difícil por la diversidad de diseños a su alcance y por los cantos de sirena que reciben de diferentes publicaciones. La foto de las ministras de Zapatero en el Vogue hizo hablar tanto como la que se dejó hacer con lencería insinuante Soraya Sáenz de Santamaría para un dominical. Su estilo es ahora azul y rígido, como el del resto de políticas del PP, a excepción de la gran variedad de americanas y broches de Esperanza Aguirre (incluso del Zara) que curiosamente a veces coinciden con las de Ana Botella.

Pero las notas de color más vistosas son sin duda las que aporta Alicia Sánchez Camacho, con diferencia la mujer que más destaca también por su indumentaria en el Parlamento catalán. Le gustan las tonalidades llamativas y los diseños ajustados: un vestido sede de cuero de Ángel Schlesser de cerca de 700 euros que también había lucido la modelo Martina Klein, provocó comentarios similares al de la bolsa naranja de Merkel. Pocas excentricidades más se le conocen a la canciller, si olvidamos el escote exageradísimo que lució en su traje de gala en la Ópera de Oslo en 2008. No abandona nunca sus trajes chaqueta de colores templados, sinónimo de la austeridad que quiere imponer en Europa, y que tienen muchas similitudes con el de la actual Hillary Clinton. Pasar de ser primera dama secretaria de Estado masculinizado su estilo, aunque de vez en cuando lo desee arreglar asegurando que su bolso favorito es un Ferragamo rosa chicle: «¿Quién puede ser infeliz con un bolso rosa?», dice . Porque… ¿se puede competir en el mundo de la política con faldas?

Centeno constata que la imagen de una mujer es mucho más criticable que la de un hombre y por lo tanto se debe cuidar más, pero ve posible mandar y continuar siendo femenina, y cita Ségolène Royal como ejemplo, aunque ahora es su ex, Francois Hollande, quien ha conseguido el trono francés. Y lo ha hecho después de que su actual esposa, Valerie Rottwailer, le hiciese adelgazar y rejuveneciese su look. Su imagen es ahora tan pulida y elegante como antes lo era la de Sarkozy, pese a que su vanidoso antecesor nunca se desprendió del todo del toque de ostentación bling bling que lo caracterizaba.
El francés que vestía de Prada encontró en Carla Bruni la perfecta compañera para impresionar un mundo que todavía podía pagar hipotecas y vacaciones. La modelo sonreía desde la sencillez exquisita de sus Dior diseñados por un Galliano que aún estaba en la cima. No podemos olvidar que las primeras damas captan más la atención que los presidentes, aunque Sarkozy usaba alzas para evitarlo. El pecado de arrogancia era venial comparado con el exhibicionismo de su estilosa y siempre controvertida ministra Rachida Dati, que apareció en una foto en Le Figaro sin el anillo de 15.000 euros que llevaba puesto. Fue milagrosamente borrado.Y es que la ética y la estética se dan la mano en la política. En el mundo en que la mujer del César no sólo debe ser honrada sino también parecerlo, aunque siempre haya alguien que no acabe de ver qué problema hay en que alguien te regale bolsos de Louis Vuitton. Rita Barberá sería la imagen antagónica de Yulia Timoshenko, la mujer que se ató una trenza rubia en la cabeza y se inventó una imagen angelical para luchar por el poder en Ucrania. Lo consiguió, a pesar de haberse movido en un ambiente enrarecido de conflictos y traiciones que la han llevado a la cárcel.
 
Hamid Karzai, Evo Morales, Fidel Castro… Son otros dirigentes con un aspecto original que responde a una necesidad de sintonía con el país o a una ideología marcada. No hablamos de disfraces, los disfraces son otra cosa, también necesaria de vez en cuando, no nos engañemos.¿Quien no ha visto las fotos imposibles del príncipe Carlos cuando visita países exóticos? Incluso el impecable Obama sabe cuándo debe entrar en el circo y también su mujer se viste de tigresa (de marca) si hay que regalar caramelos a los niños en Halloween. Michelle aporta mucho a la imagen del presidente con un armario lleno de diseños de nuevos valores estadounidenses, que combina com piezas de cadenas populares, aunque también comete alguna que otra incorrección, como el día que vistió unas zapatillas de firma francesa, Lanvin, de ¡500 dólares! La corona de espinas de Carod en Jerusalén, los calcetines de Aguirre tras el atentado en la India… son otras imágenes impagables que no tienen que ver con la moda pero sí mucho con la política.La viuda Kirchner y los zapatos
Si Dilma Rousseff tiene un estilo clásico y sobrio que hace convivir sin problemas con las tonalidades coloristas de Brasil que preside, Cristina Fernández de Kirchner se declara apasionada de la moda y también del maquillaje (lo que sus críticos utilizan como metáfora de lo que hace con la realidad). Desde la muerte de su marido, sin embargo, ha renunciado públicamente a la alegría en su armario y se ha centrado en dar la imagen de una Evita enfundada en negro luto, tan sólo iluminada por un collar de perlas i el inevitable rouge de labios. Eso sí, durante su estancia por trabajo en París en septiembre la prensa dijo que compró 20 pares de Louboutines y bolsos de Hermès sin salir del hotel. Ella lo negó. ¿Más maquillaje?El glamour de «madame» Lagarde
Si Margaret Thatcher fue la dama de hierro de los ochenta, a Cristine Lagarde (con permiso de Ángela Merkel) le ha tocado desempeñar este papel hoy en día por ser la primera mujer al mando del poderoso FMI. Si la primera se impuso en un mundo de hombres con chaquetas y faldas azules y un collar de perlas de dos vueltas (regalo de su marido por el nacimiento de su gemelos) Lagarde, de 56 años, reivindica el chic francés de las mujeres cosmopolitas y maduras. No soporta que el trabajo masculinice el armario femenino: sus trajes chaqueta son ajustados y adornados con complementos, como pañuelos de seda y broches. Ha hecho bandera de su cabello blanco y bien corto. Nada que ver com el encrespado thatcheriano.

 

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