Cook Art, People

Jordi Cruz y las cremas de los ‘Royals’


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Deborah Mitchell no es Martin Luther King, pero también tuvo un sueño. En este caso, literal. Dormía plácidamente cuando de repente vio claro que tenía que crear cremas con veneno de abeja. «Es un lifting natural, la alternativa orgánica al Botox.» Se lanzó, y lo que comenzó como una aventura ha terminado convirtiéndola en la esteticista de cabecera de Camilla Parker Bowles (la preparó para su boda real y le redujo bastante sus pronunciadas patas de gallo) y también de la joven Kate Middleton, que ya se cuida la piel de cara al futuro.

Ahora Mitchell va a sus fiestas, exporta su marca (Heaven) en China, Dubai y Hong Kong, le ha hecho una crema a la carta para los granitos faciales a Victoria Beckham (que ahora ya se puede comprar por 200 euros) y tiene entre sus clientas a Michelle Pfeiffer, Claudia Schiffer y Beyoncé. De su cosmético estrella, en recipiente dorado, se elaboran tan sólo 500 unidades, que bordean los 1.000 euros y que, curiosamente, únicamente se pueden comprar una vez en la vida: «Tenemos una lista en la que anotamos la dirección del cliente y no puede repetir nunca más». ¿La familia real británica tampoco? «Bueno, como tienen varias casas y son tantos, vamos cambiando las direcciones», cuenta riendo esta extrovertida y vitalista emprendedora en su visita a Barcelona mientras coloca una pizca de la delicatessen en el rostro de Jordi Cruz. «Todavía no la necesito, no tengo ninguna arruga», comenta el chef, que, con su hermana Montse (directora del Spa), ha decidido incorporar la firma en el hotel Àbac donde se encuentra su restaurante, del mismo nombre.

A los 37 años ni tiene arrugas ni le sobra un gramo después de haber finalizado con éxito el reto de salud que le propuso la revista Men’s Health. «Me siento bien. He adquirido buenos hábitos, como de todo y tengo máquinas en casa para hacer ejercicio», asegura el cocinero que más piropos consigue en las redes sociales desde que presenta Masterchef. En esta edición le ha salido el mal genio: «No, yo no grito nunca. Sólo lo hago en contadas ocasiones y nunca con los errores, sólo cuando veo que el otro es perezoso o dejado». Dice que los concursantes que hacen un papel en el concurso fracasan por falta de naturalidad (caso del autoexpulsado Gonzalo, con quien tuvo unas palabras) y cree que la presión del reloj los pone demasiado nerviosos y elaboran platos complejos que no resuelven bien: «Me enfado cuando ejecutan mal técnicas que no controlan, porque no salen bien y consiguen que la gente piense que la cocina de vanguardia no vale nada. Es mejor apostar por cosas sencillas y sabrosas que sí sabes hacer».

Convive con la fama con normalidad. Cuando le preguntan si sale a escondidas con Eva González, lo niega y punto. Su compañera, Cristina, que es directora del hotel, intenta pasar desapercibida todo lo que puede. El hotel, de altíssimo standing, funciona, pero el restaurante todavía más. «Hemos aumentado la clientela un 40%», dice Jordi, que dice vivir en la cocina «en un estado de gracia especial» que tiene mucho que ver con el Japón. Quizás este sea el año de la esperada tercera estrella Michelin, que se rumorea que no le acaban de dar nunca porque es demasiado mediático. «Que conste que ‘Masterchef’ sólo lo grabo los miércoles y viernes por la mañana en enero y febrero.  Y lo hago en mis únicos días de vacaciones! »


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