Fashion

Las modistas y el arte de coser glamour


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En una época de cadenas de confección global, ¿cómo encaja el oficio de modista? Hubo un momento dorado de la alta costura en Catalunya en el que sus manos eran imprescindibles para dar vida a las pequeñas joyas que lucirían las damas de una burguesía tan discreta como adinerada. «En los años 50 y 60 había muchas ocasiones para vestirse, pero hoy se va al Liceo con vaqueros», constata Teresa Blasco, que entonces trabajaba en Modas Plà y actualmente es el alma mater del taller de su hija, la reconocida Teresa Helbig. No le falta trabajo porque tienen una buena clientela. Además, «a ella le gusta diseñar ya mí coser».
Pero no es fácil conservar el oficio cuando la mayoría de la población «no valora la confección buena y se deja deslumbrar sólo por la marca», apunta Laura Casal-Valls autora de un interesante estudio sobre el trabajo de estas mujeres en el siglo XIX . «Eran emprendedoras que encuentran en la modistería un campo libre en el que no chocan con los hombres», comenta. Ellos hacen de sastres y ellas confeccionan los trajes de las mujeres, las modas. Y de ahí, modistas.
En el modernismo las de más renombre se limitarán a copiar los diseños de París (de Worth, Doucet y Poiret) pero ya salen del anonimato: etiquetarán sus prendas con su nombre. La burguesía catalana se querrá distinguir con el vestido y la moda que marcarán se irá extendiendo a las clases medias. Habrá alta costura y también confección seriada. Aparecerán industrias relacionadas de cordones, encajes, bordados …, revistas de modas y el popular Sistema Martí de confección.

Grabado de 1916 de Mas i Fontdevila. Una modista en casa

 

En 1888 la mujer del alcalde Rius y Taulet inaugurará la exposición de 1888 vestida de Madame Renaud. Pero no todas las modistas eran reconocidas. «Hay que trabajan en un taller y también las obreras de la aguja que cosen en casa o trabajan en las fábricas muchas horas por poco dinero, una y dos pesetas de paga semanal», explica Casal-Valls.
A principios del XX los grandes obradores, como el de las hermanas Montagne (donde aprendió la diseñadora Jeanne Lanvin) ya se encuentran a pie de calle. A lo largo del siglo la modista irá adquiriendo dignidad creativa. Asunción Bastida, Pedro Formosa (Santa Eulalia), Pertegaz, El Dique Flotante… mantuvieron vivo el oficio. Sus clientas querían lo mejor en tejidos (organzas, organdí, pura lana, musel-lina, seda …) que desde hace 72 años se encuentran en la tienda Gratacós. «Nació el mismo año que yo», recuerda Teresa Blasco, que se había paseado mucho entre las telas que entonces vendía el padre de los maridos de Gloria Casacuberta y Carmen del Castillo, las actuales propietarias. «Hoy formamos parte de los equipos de París que deciden qué se llevará en próximas temporadas», dicen orgullosas. Y hacen más: dedican sus escaparates a potenciar los creadores que realizan complementos de moda con tejidos y son anfitrionas de divertidas fiestas como la que hace unos días dedicaron al sombrero. Allí vimos Rosa Tous con uno de los años 20 ya Cristina Castañer con boina parisina.


En los años dorados de la alta costura, los talleres estaban llenos de cosedoras, gobernadas por una estricta oficiala. «Cada señora tenía su figura hecha en un maniquí, era todo a medida», recuerda María Capell, que trabajó en el atelier de Pedro Rodríguez y en el de Pertegaz. «Con cuatro trapos si dominas el arte de probar, ya te sale todo redondo», dice esta leridana que comenzó a coser en 1954 a los 14 años y se quedó deslumbrada cuando vió su el primer desfile de su vida en el Ritz. «Entonces la vida no era fácil, ni el nuestro un trabajo valorado. A los 60 te pagaban 12 pesetas a la semana y se hacían muchas horas», dice Capell, a quien siempre le ha entusiasmado su trabajo:« Transmitir a la clienta lo que es idóneo para cada ocasión y lo que le va bien a su cuerpo es un reto. A veces te pedían ir como Grace Kelly o como Lady Di y no era posible ». «Te venían con el Hola! y te decían que querían el traje de Isabel Preysler cuando se casó Chábeli con Bofill.¡Las telas se acabaron! », apunta la madre de Helbig, que cose cada vestido como si fuera el primero que hace en la vida. Con la democratización de la moda «hemos bajado muchos escalones. Ya no hay tejidos como antes ni nadie pide consejo a la experta, la modista, que sabía incluso subir su autoestima a la clienta», dice Capell. «Quizá hemos pasado de la mujer objeto de los años 50 a la mujer de usar y tirar, como la ropa. Yo ya no veo figuras poderosas como Katherine Hepburn o Maureen O’Hara », apunta Casacuberta.
Sin embargo, después de años en que coser dejó de estar de moda, y ya no se enseñaba en las escuelas, hay gente joven que se interesa. «Tengo una amiga que quería llevar pantalones de campana cuando no se hacían y eso la impulsó a aprender. También sé de otras que tienen blogs de moda con diseños bastante visitados. La gente joven busca así la manera de llevar cosas originales», dice Laura Casal-Valls. ¿Será suficiente para mantener vivo el oficio?

Glòria Casacuberta, Carmen del Castillo, María Capell, Teresa Blasco i Laura Casal-Valls en la tienda Gratacós de Barcelona

 

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