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Comiendo rabo de toro en la nueva Casa Leopoldo


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La reinauguración de la histórica Casa Leopoldo me pilló en la semana de la moda de Nueva York, así que, en plenas fiestas de la Mercè, me voy a ver cómo ha quedado y de paso, a probar como es su rabo de toro

Casa Leopoldo, restaurante icónico con 80 años de historia que cerró en 2015, ha renacido de la mano de Romain Forneill (Caelis) y Óscar Manresa (Torre de Alta Mar), dos chefs inquietos que suman proyectos conjuntos, y un montón por separado. Han sido muchos meses de trabajo para actualizar el restaurante del Raval preferido de Manuel Vázquez Montalbán y su Pepe Carvalho. Me cuenta Óscar que solo en la cocina han invertido cerca de medio millón de euros. Tiene diversas salas y también un relajado reservado con una larga mesa.

Óscar en el reservado

Vista general

 La carta conserva el cap i pota del detective literario y el buscado rabo de buey de la casa. Sea toro o vaca, Óscar me lo sirve con sus cebollitas y zanahorias suave, jugoso y sabroso. Sigue siendo un must have.

También hay platos catalanes de siempre como el fricandó y «propuestas actuales para captar al gourmet moderno», dice Fornell. Yo me decido por picotear su tomate, sus mejillones y la vichyssoise. Todo está en su punto. La vajilla muy a tono con los azulejos de la pared.

Lo mejor de todo es que los dos chefs, bregados en restaurantes de producto, como Casa Guinart o el Café Emma, saben escoger producto, la calidad es alta y el precio muy razonable: Hay un menú de tres platos a elegir entre una amplia propuesta por 32,95 euros. Y paellas a 24,50.

Buenísimo el humilde pastel de queso.

Han invertido dinero y esfuerzo en la puesta al día del local, que conserva, reenmarcadas, las fotografías de los encuentros de tertulianos ilustres. Hay una que reúne a Carme Ruscalleda, Arzak, Martín Berasategui, Santi Santamaría y Ferran Adrià,  y otra en que comparten sobremesa Maruja Torres, Eduardo Mendoza, Juan Marsé y, cómo no, Manolo. 

 Sin olvidar la que fue su propietaria, nieta del fundador, Rosa Gil. En este artículo de hace años se ve cómo era el local. Con sus botellas en exhibición y sus ceniceros de cristal.  Abajo una imagen de como está ahora, más límpio y pintado de azul cobalto, pero sin perder su peculiar estilo torero.

La huella torera se conserva, aunque ahora los carteles de corridas históricas pueden herir sensibilidades, porque sino fuera así Casa Leopoldo perdería su esencia. Solo falta que corra la voz y la gente vuelva a disfrutar de este restaurante del Raval barcelonés .

 

 

 

Comiendo rabo de toro con @FerAlou

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